viernes, 13 de junio de 2014

El valor del tiempo

Una frase habitual en nuestras conversaciones: "el tiempo es oro". Sin embargo, ¿nos hemos parado a pensar en el alcance de la misma? ¿En la importancia del tiempo? Unas cuantas reflexiones sobre esta idea aportará conciencia y luz sobre el tema, mostrando actitudes erróneas y aciertos valiosos.No creo que valga la pena entrar en disquisiciones metafísicas sobre el concepto del tiempo, sobre su relación con la sensibilidad interna o sobre la relatividad espacio-temporal. Seamos prácticos.

Cuando niños, vemos el futuro como algo muy lejano, deseando ser mayores, "cumplir años" para entrar en ese mundo donde -supuestamente- los sueños se harán realidad: podremos conducir coches, podremos tener casas, seremos libres.  De mayores, el futuro se va haciendo cada vez más corto, y el pasado más largo. Empieza una loca carrera por plasmar nuestros proyectos, tener las experiencias en las que siempre soñamos, poseer y realizar. Y cuando se va acercando la senectud, las fuerzas nos van abandonando y van entrando por las grietas de la personalidad los achaques y dolores que hemos ido sembrando durante toda la vida. Se toma conciencia del tiempo perdido, y a la vez se ve difícil -cuando no imposible- rematar las experiencias que se quedaron en el camino. Siempre se cosecha lo que se siembra, no otra cosa.

¿Qué clase de pensamientos ocupan tu mente? Esas ideas-semilla irán dando fruto, a corto, medio o largo plazo. El pensamiento es la raíz de la acción, y por ello es importante cuidar la intensidad y el tiempo que ocupa cada uno de ellos en nuestra mente. Al respecto, infinidad de doctrinas de todas las épocas señalan la importancia de vigilar los propios pensamientos, controlar la propia mente, conocerse a sí mismo.

Cada percepción, cada idea, llega a nuestra conciencia como una gota de agua que cae a un calmo y transparente lago. Las ondas que produce y los entrecruzamientos ilimitados con otras ondas, serán el producto de la interacción entre nuestra voluntad y las "aguas" más o menos controlables de ese lago.

Y de nuestra voluntad depende el tiempo que focalizamos cada idea. De nuestra voluntad depende que enfoquemos las ideas positivas o que nos enredemos en las negativas. De nuestra voluntad, iluminada por la inteligencia que nos permite discernir, dependerá nuestra felicidad o desgracia, no de las circunstancias exteriores. No echemos la culpa a las circunstancias, sólo de nosotros depende el ser felices. 

Sin entrar en definiciones y acotaciones sobre el concepto del tiempo, lo que sí está claro es que tiene mucho que ver con lo que experimentamos en la vida. El tiempo es como el camino que nos va llevando de una vivencia a otra, permitiéndonos observar la vida, identificarnos con las cosas -muchas veces erróneamente- cambiando las circunstancias de todo el universo (sobre todo de nuestro universo, de nuestro entorno) para que vayamos repitiendo y completando experiencias, perfeccionando conceptos, aprendiendo lecciones de vida y pagando por los errores. Es un puente entre lo que fuimos y lo que seremos, unificando y redondeando la evolución de los seres. El tiempo es lo que nos permite conceptualizar el movimiento, el cambio, la evolución. Es como una fuerza que da sentido a los sucesos, incluso a los incomprensibles, al imbricarlos en un Todo cuya entidad apenas podemos intuir, pero que podríamos llamar "el misterio de la vida y la muerte", o sea, la Vida-Una. O utilizar las denominaciones tradicionales, clásicas, con los millones de nombres con que las distintas creencias y religiones han querido designar a aquello que mueve los átomos, los planetas, las estrellas, las galaxias... Cambian los nombres, pero el concepto permanece. Y ese misterio es lo que despierta en el ser humano la actitud religiosa, frecuentemente mal canalizada.

Reflexiones que nos van a llevar a ideas muy simples, pero importantes: el tiempo es lo único que tenemos, porque todo lo demás desaparece. Y el tiempo es lo único que necesitamos, porque nos lleva por los mil escenarios del teatro del mundo a representar los papeles que nos tocan según nuestras necesidades de experiencia más profundas. La personalidad (del griego: "máscara") va cambiando en cada obra, en cada momento de la vida, pero el Yo permanece, asomándose a los ojos del niño, del joven, del adulto, del anciano. Ciclicidad que imbrica todas las cosas del universo, y que también imbrica -¡cómo no!- al ser humano.

Por eso, nuestro tiempo no lo podemos dar a nadie, ni podemos renunciar a él, ni podemos evitarlo. Nuestro tiempo, el que tenemos en la vida, es para aprovecharlo al máximo, porque es irrepetible. Habrá otros tiempos similares, pero cada instante es único. Cada experiencia es irrepetible, en sus matices y características únicas. 

Por eso, el tiempo de la vida es para vivirlo intensamente, no dejando que los segundos se escurran entre los dedos como granos de arena, sino asimilando cada instante con los ojos muy abiertos, con la conciencia plena, con todo el ser puesto en lo que estamos haciendo, buscando la perfección y la trascendencia de cada acto. Desperdiciar el tiempo es desperdiciar la vida, arrojar lo más valioso que tenemos por la ventana, desaprovechar la oportunidad de VIVIR.

Todos los seres vivos, toda la naturaleza, manifiesta ese impulso y se adapta a los ciclos temporales: el día y la noche, las estaciones, los ciclos lunares, los biorritmos... Vivir cada ciclo con plenitud y de acuerdo con las posibilidades existentes, aceptando con naturalidad los cambios de todo tipo y, sobre todo, sabiendo que formamos parte de un universo perfectamente organizado y lleno de maravillas.






















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